miércoles, 9 de marzo de 2011

Descubrí

Descubrí de la mano con el tiempo que algunas palabras, coordinadas de cierta manera, tienen el poder de dibujar una sonrisa, tal vez una situación o aquel sentimiento que sentiste en aquel momento. Descubrí, que el mejor de los viajes está marcado por un gran soliloquio de fotos; donde el camarógrafo y el resto se alían para atrapar varios momentos. Descubrí, sin darme cuenta, un diminuto oasis de blancura, de la mano de unos individuos cuyo deber era el mismo que el mío: estar en busca de muchos billetes verdes, unos tragos sobre la barra de un bar argentino con nombre de cazador, enamorando a aquella mina que nos regalo unos minutos- tal vez una noche. Sobre todo, descubrí lo que significa una torre de platos sucios y antiguos, y una bolsa de basura tan llena que logra convertir la casa en un basurero.

Descubrí a Cata y a Felipe, que me demostraron que el amor, aquella mezcla de sentimientos innombrables y algunas veces fatales: existe, vive y es posible. Y de ellos: que compartir la cama con un lisiado es posible. Que gritar hasta que la garganta se apague, no sólo es posible sino que duele, duele mucho. Y hubieron esos días en los cuales las piernas apuntaban a la cama, pues la dosis de lo ingerido la noche anterior excedía la responsabilidad del trabajo. Pero, su figura de la mano de una pala y Aspen viviente en su ser, fueron suficientes motivos para que Nacho me demuestre que somos piezas vivientes de esta ciudad.

Muchos olvidamos, por mucho tiempo, a Jesús. Olvidamos su autoridad y su terquedad. Pero Juano, regresó el milagro a este inmenso accidente de marfil y de pinos. Fue subiendo la escalera y se sentó a la derecha del padre. Y Esperemos que la próxima temporada regresé a ubicarse de nuevo frente a la montaña. Y si. Descubrí también una mirada cómplice, mas no un cómplice de fechorías; sino más bien, un muchacho dispuesto a conversar temas banales, que algunos, incluidos bajo los demás se rehúsan a dialogar. Redescubrí, fuera del confort de mi casa, un nuevo cigarrillo amigo y una sociedad de humo. Y juntos, Martín y yo, brindamos bajo el efectito mágico. Descubrí la mirada tranquila de Gonzalo, aunque a veces más preocupada por alguna mujer pérdida por el aeropuerto, que me hacía sentir su amigo por más que hayan pasado dos minutos de conocernos.

Es un orgullo toparme con un loco en un lugar así, con un boludo brasilero que sepa divertirse, que siempre esté dispuesto a beber más de una birra. Des cubrí que con Boca, la diversión comienza desde que sacudes su mano. Es un orgullo, afirmar que existen mujeres dispuestas a viajar a través de todo la costa de un continente. Tal vez, ella no sepa quién soy ni cual es nuestro destino, pero sabe que cada Lunna será diferente. Y si, lo descubrí, dos mujeres inseparables, Caro y Guille, dos estatuas de altas bochas cuyo amor por pasarla bien, comer bien de noche, y sacudir el trasero fue más grande que esta ciudad.

Harto estoy, ya de descubrir, pero el mundo es ancho y ajeno. Yo, después de descubrir los copos de nieve que adornan mi puerta, sólo me queda decir que no soy más comunero de mi tierra; por más que se libren enfermedades en mi ser y me exploten. Juntos hemos descubierto, los invito a seguir esta odisea.

y la temporada se nos va, y los copos de nieve dejan de trazar almohadas blanca, y los vecinos regresan a casa, y....


Aspen 2010-11
PBB

domingo, 3 de octubre de 2010

Conversando viajé por el mundo en menos de 80 días[1]

Conocí alguna vez, en un viaje de un Techo para mi País[2], un joven llamado Santiago.

Andaba en aquella época fuera de la universidad, terminando el colegio y regresando de un viaje a Europa. Sin embargo, Europa, no fue solamente aquel continente, fue Londres, con su peculiar tradición terca y educación inglesa; París, donde el café y los bistro se volvieron rasgos inherentes de mí ser; Ámsterdam, en el cual respiré libertad, incluso, por los poros; España, cuyas calles me transportaron al S. XVI, imaginándome un mercenario del rey; y otros países que no mencionaré para no aburrir a los demás. Recuerdo que fue un domingo en el cual me encontré, de la nada, almorzando con mi madrina, faltaban semanas para Navidad y uno o dos meses para mi santo. Conversamos harto acerca del viejo continente. Ella sabía cuanto lo había amado, pues siempre le conté como, desde el sillón de mi casa, hice turismo literario junto con Vargas Llosa, Bryce y Ribeyro. Al terminar de almorzar terminó por concederme el mejor deseo que yo hubiera deseado; con un pasaje gratis a cualquier lugar del mundo, me compró inmensa felicidad en ese instante. Fueron y serán, creo, esos días por el Barrio de Montmartre, en los que conocí la verdadera satisfacción junto con Pancho Valdez: guía excepcional de occidente.

Europa representó para mí la total desnudez de mis inhibiciones limeñas. Fumé los porros, que tanto decliné con vehemencia ante la tentación miraflorina; tome tanto vino español y francés, que perdí todo tabú del buen beber; comí mil porciones de fish & chips envueltos en conos de papel periódicos, que al final resultaban repugnantes. Fui un ignorante, como solía más o menos decir Simmel, “ignoras, no conoces ergo te sientes incómodo” ya que al no caminar nunca por las empedradas ruas, las largas vías, y las mother fucking cold streets jamás hubiese podido entender a Sartre, Kafka, y al triste al perfeccionismo empírico de Bacon.

Pues, bien que me sentía incómodo en Lima con todos los supuestos excesos, que había cometido, de acuerdo a mis padres. Y qué bien, que ignoraba los placeres de la vida porque Europa se encargo de cachetearme, liquidar mis emociones estúpidas y devolverme los ánimos de vivir. Nuestra sociedad me había estigmatizado todo desvío del éxito social, y es que, así es Lima. Conocí, de la mejor manera, el arte de conversar, “Ninguna idea me asombra, ninguna creencia me hiere, por contraria que sea a la mía”, tal cual y como lo planteó Montaigne. Cuando regresé a Lima empecé a vivirla de modos distintos; en primer lugar, porque en Europa descubrí que todos tenemos una historia que contar; y en segundo lugar porque entendí que la comunicación nos revitaliza a todos.

Comencé la universidad a los 3 días de regresar de viaje y, a través de mis trabajos, conocí la verdadera lima que no era para nada un sector A, que contenía un 5% de la población, sino, más bien, una mezcla de millones de habitantes con cultos, credos y rituales absolutamente distintos. Después de un mes en Lima, mi padre tan tradicional me dijo que debía explorar universidades afuera del país especialmente en Boston y, sobretodo, BU[3] porque, ahí el, había estudiado. Y así ni bien recapitulé mis estudios, estuve una semana quedándome en la casa de un amigo que no vivía por el barrio de la Universidad de Boston, como mi padre hubiese deseado; sino por el contrario, vivía al costado del Orange Line en State Street en pleno barrio italiano. Su departamento quedaba a tres minutos de Suffolk, universidad a la cual iba. Tenía rentado un apartamento de 4 pisos; funcionaba un restaurante italiano en el primero y los tres pisos restantes los compartía con 8 estudiantes peruanos. Por más que mis padres desearan con tantas ganas que estudie en Boston, no lo hubiera hecho por nada, pues odiaba Norteamérica. Pero saben qué, esa semana, a pesar de las disputas con mi viejo, amé Little Italy con toda mi alma, amé a Enzo, a quién nunca le entendí una sola palabra, pues hablaba tan rápido que parecía tener una mezcla de tomate, con salsa bolognesa, en la boca en todo momento. Él todas las mañanas, levantándose más temprano que yo, me abrazaba como si fuera su hijo. Conocía a todos los peruanos de todo el edificio y cada uno recibía un el mismo trato al bajar por las escaleras oxidadas del departamento hacia a la calle y encontrarse con ese barrigón italiano, que nos hacía pasar un mal rato con su lengua inentendible y sus abrazos de oso. Seguro hubiera aplicado a Suffolk, pero probablemente me hubiera peleado sobre la política imperialista de EEUU con el entrevistador y por seguro me hubiese botado a patadas del encuentro.

Un día ocurrió algo insólito, justo antes de retornar al Jorge Chávez, que hizo que mi vida de un vuelco. Fue un jueves, 16 de agosto. Recuerdo ir a la tabaquería de la cuadra a comprar una cajetilla de Luckys y el Boston Globe y leyendo las noticias sentí un dolor que no pude creer. “Quake kills 17 in Peru, stirs fears of tsunami” y al leer más y averiguar que el epicentro había sido en Pisco corrí a la casa de mi amigo y llamé a mi padre con desesperación. Me tranquilizó primero y luego me contó que efectivamente había sucedido un tsunami en Paracas, lugar que me preocupaba tremendamente porque ahí había pasado todos mis veranos. Colgué y no di un buen respiro hasta pasar por el pueblo del Chaco[4] en la camioneta Nissan Patrol con mi padre y Antonio. Esos días en Boston fueron ansiedad pura, pero es cierto cuando dicen: no hay mal que por bien no venga.

Ni bien empecé a oler los yuyos secos en la playa bajé de la camioneta y un poco más y le ordené a mi padre que se fuera por otro lado. Parecía un pueblo fantasma, la playa no tenía ruido alguno. Seguí caminando contrario a la playa y sorpresivamente vi un grupo de personas, todas en polo blanco que reclutaban gente. Fue así que conocí a mis amigos de Un Techo para mi País, una ONG que se dedicaba a construir casas de emergencia para damnificados. Sobre todo, conocí a Santiago.

En mi tercer viaje al Sur, está vez me quedé por Chincha, fuimos a construir a El Carmen[5]. Había ido antes, de pequeño, a la Hacienda San José con mis padres, pero nunca antes había estado en el pueblo. Comenzamos a construir, con un espíritu tremendo, poniendo cada clavo y levantando cada madera con orgullo. Recuerdo, que hubo en ese viaje un par de mocosos, bueno yo también era uno, pero me refiero a su actitud, que el primer día los noté muy desinteresados en el tema de ayudar. Sin embargo, me acordé nuevamente del filósofo Simmel, quien habló tremendamente bien de las fachadas y las mascaras de los hombres. Supuse, entonces, que aquellos colegas míos seguro habían venido para aparentar una sensibilidad caritativa frente a los demás, efectivamente lo habían hecho, pero al culminar el primer día estuve tan seguro que ellos amaron construir esas casas. Le di mil y un gracias al creador por las fachadas y el juego que ellas implicaban.

Al segundo día conocí a Santiago, era de raza negra, con ojos muy blancos y labios gruesos, pero en su mirada noté la más dulce ternura que he visto. Nos miraba desde lo lejos, nosotros andábamos por una pampa desértica construyendo fuera del desmonte que la municipalidad había retirado durante la semana, y yo lo divisé rápidamente. Dejé el cinto de herramientas junto a una piedra y corrí a verlo. Tenía puesto esos polos que dicen algo así: “Alguien que te quiere mucho fue a tal lugar y te trajo este polo”. Si mal no recuerdo creo que era de Buenos Aires. Yo bien regresadito de Europa y EEEU, con todo mi espíritu viajero y comunicador, me le acerqué a preguntarle ingenuamente, pero muy tonto, si es que había ido por allá. Obviamente me dije que no, pero acto seguido me preguntó si yo había ido, le respondí que si. Para lo que me preguntó como era. Ahí todo lo malo del terremoto se lo llevó el viento.

Los vi a todos delante mío en aquella situación. Me miraba Simmel, con una cara enmascarada; Goffman, dramatizando la interacción; Montaigne, calificando con epítetos bellos todo; Wittgenstein, dándole sentido a cada una de mis palabras, y, finalmente Davidson, quien me ayudó a afirmar que si existen 3 tipos de conocimientos y todos ellos estaban, ahí, interrelacionados, ninguno podía andar sólo. Pero, ante todo, me di cuenta, con Santiago, que mi conocimiento estaba basado plenamente en lo que el me estaba contando, pues yo al escucharlo procesaba la información y le explicaba mis andanzas en Buenos Aires. Concluí que la base de todos los conocimientos se basaba en la segunda persona, en el conocimiento de las otras mentes. Era este el comienzo de todo conocimiento. El comienzo de mi descubrimiento pleno de Europa empezó cuando conversé con Santiago. ¿Pero cómo saber si lo que conversaba con Santiago era verdad? Supuse entonces, que era auténtico porque lo vi a él, feliz en la pampa, escuchando con ansias, y yo sentadito ahí, no parando de hablar. Juntos concluimos que era exacto, todo: “Es imposible, que la mayor cantidad de gente esté equivocada la mayor cantidad de veces”

Era sábado y tras haber conversado un rato sobre Buenos Aires con Santiago le propuse juntarnos después del almuerzo. Tal y como pensé me esperó nuevamente en la pampa y bajo el sol nos pusimos a conversar acerca de Europa, le conté del Louvre, del Támesis, de la Capilla Sixtina, de los Coffee Shops, de todo. A través de mis palabras sentí que empezó, él, a conocer Europa. Sus ojos se iluminaban, gritaba ¡Olé! al contarle sobre los toros en Las Ventas, tiró varios euros en la Fontanna di Trevi, lo vivió. Y recuerdo ahora una frase de Montaigne que resume lo que sentí en ese momento:

“Si converso con un alma fuerte y un duro adversario, me taca por los flancos, me espolea por un lado y por otro; sus ideas impulsan a las mías; los celos, la gloria y la emulación, me empujan y me elevan por encima de mí mismo, y la unanimidad es cosa muy tediosa en la conversación”[6]

Llegué al punto en el cual Santiago me discutía, decía que Europa para él era distinta. Ahora me preguntaba yo, ¿cómo un niño chichano podía entender con tanta fluidez todo lo que le explicaba y para colmo argumentarme? Pues, me di cuenta que todas sus ambiciones se realizaban al conversar de Europa. Comenzó a fortalecer el oído y conversamos y no paramos aquel fin de semana.

Escuché alguna vez a un sabio taoista decir: “El que sabe no habla, el que habla no sabe”. Creo que estaba, este oriental muy equivocado, excesivamente utópico, alejado de la realidad, pues yo supe como era Europa, la conocí nuevamente con Santiago en Chincha, conversamos y discutimos de ella, y juntos viajamos exponiendo nuestras inquietudes en unas cuantas horas.



[1] Alusión al libro de Julio Verne: “La vuelta al mundo en 80 días”

[2] Con una visón empresarial espléndida: “Una Latinoamérica sin extrema pobreza, con jóvenes comprometidos con los desafíos propios de sus países, donde todas las familias cuenten con una vivienda digna y puedan acceder a más oportunidades para mejorar su calidad de vida.”

[3] Boston University

[4] Caleta de pescadores a la entrada del balneario “cuna de la bandera” Paracas

[5] Uno de los once distritos que conforman la provincia de Chincha, donde predomina la raza negra

[6] Montaigne: “Del Arte de conversar”

miércoles, 18 de agosto de 2010

Poniendo las cosas en la balanza

Siempre me creí dueño de la verdad, así lo pensaba y la vida me cacheteo. Amé por encima de todo el riesgo, pues creí que si me caí me levantaría mejor que Russell Crowe en el Gladiador. Estaba convencido de que por más grande que sea la factura que me pasase la vida la iba poder costear sin importar mi bolsillo. Estaba vilmente equivocado. Tengo 19 años y la vida me ha jugado ya: una mala pasada que me puede costar muy caro. Es imprescindible tomar al toro por los cuernos y tratarle de ganarle un partido a esta difícil situación.

Las adicciones son como Lima: las amas y las odias. Son eufemismo, ironía, antítesis. Pero terminas odiándolas más que amándolas. Al comienzo piensas que las puedes controlar, que tienes ese vicio en la palma de la mano. Pero al poco tiempo pasas más momentos haciendo del desenfreno una habitualidad.

Fumé mi primer cigarrillo a los 7 años con mi primo que me llevaba 3 años. Calcula que este hijo de puta a los 10 años fumaba como chino en quiebra los cigarros de su abuela que resultó como una segunda madre para él. La situación fue más o menos la siguiente: mi primo se llamaba Alex y habíamos veraneado juntos en Paracas desde que no éramos ni meros pejes. Solíamos construir inmensas naves espaciales con sombrillas y sillas de playa e imaginarnos que vivíamos junto con los Jedis. Sin embargo, ese no es el verdadero meollo del asunto, un verano Alex regresó más enchuchado que nunca. Se creía el rey de los pendejos y yo cual huele pedos le seguía toda la corriente, le copiaba los pasos. Pues, este jijuna-timorata a mi corta edad me estafó empujándome hacia un sucio armario donde sacó unos Marlboro Rojos de la tía Teresa (su abuela). Habrá sido el 98 y en ese entonces si no me equivoco los cigarros eran tres o cuatro veces más fuertes de lo que son ahora, digamos que eran lo equivalentes a un Camel de la Calle de las Pizzas por Miraflores. Metido dentro de esas 3 paredes de adobe y una puerta de un triplay viejo fumé, aspiré bocanadas de humo horrible, viví por primera vez el sabor de la cruel nicotina.

No recuerdo a que me supo esa sustancia tóxica pero seguro me pareció tan fea que no la volví a tocar hasta los 15; donde pensé por un instante, que podía ser Bryce o Sabina o sea fumar pregonando madurez y predicando que el placer no estaba en el tonto trago sino en ese tubo de papel descarado: GRAN IDIOTA. El alcohol produce mil y un más sentimientos que un efímero cigarro. Si te fumas diez cigarros seguidos terminarás con un gran dolor de mitra pero si te tomas diez vasos de whisky vas a acabar con una gran borrachera y probablemente un gran dolor de cabeza pero por lo menos a la mañana siguiente. La cuestión me duró 15 días y volví a dejar el cigarrillo. No recuerdo cómo ni por qué pero lo dejé.

Pasaron dos buenos años y nuevamente me topé con el maldito vicio. No fueron realmente cigarrillos sino recuerdo que fue una noche panameña de noviembre, que junto con un árabe amigo de la infancia, disfruté de unos Café Crème junto con varios rones caribeños marca Abuelo: espectaculares para qué. Regresando a Lima dejé el vicio pero el sabor ya se me había metido en la sangre.

Fuimos: Junior Llanos, Jacobo y yo quienes probamos nuestros primeros verdaderos cigarrillos Lucky Strike Rojos en el techo de una casa San Isidrina. Recuerdo que fueron los golpe de suerte los que me iluminaron esa noche, pues hn sido el mejor tabaco que he probado en mi vida (tampoco es que haya probado muchos). Pero bueno, fue a escondidas de la tía, recuerdo caminar a la pequeña bodega, esa que queda en una callecita por la Calle Dasso, nuestros corazones temblaban como volcanes. Acompañamos el cigarro de una cervecita heladita y fue en este preciso momento que conocí uno de los placeres más grandes de la vida: la mezcla del pucho con el alcohol. Quien opine lo contrario miente o es ignorante. Te lo digo porque he fumado mínimo 8 cigarros al día en los últimos 2 años y unos meses y ha sido fantástico.

Pero un momentito. No todo es color de rosas. A veces el cuerpo no da y es aquí donde tienes que poner las cosas en una balanza: o tu salud o el placer. Yo creo que ya fumé suficiente y que ya viví la etapa del cigarrillo. Total si me provoca un cigarro más adelante, me lo fumo y me vale un pepino lo que la gente diga, en fin son mis pulmones.

En este momento tengo una infección pulmonar recontra maleada y realmente no soporto el cigarro así que he decidido dejarlo. De repente incluso dejo el trago y los demás vicios quien sabe. Pero sin darme cuenta ya no me provocan estas cosas más bien me aburren los placeres que me han entretenido los últimos dos años.

Creo que es tiempo de buscar la felicidad en la conversación sin necesidad de prenderme un cigarrillo cada quince minutos. Más que dejarlo esto es un reto: a ver si puedes Negrito.

sábado, 7 de agosto de 2010

Disculpas a mi madre

Y es que a pesar de todo somos también algo tranquilos.

Corrían las malas voces que nos adjudicaban drogadictos, maleantes de mala muerte, narcotraficantes del placer. Santiago y Nachola sufrían, aún más, con los veredictos que daban a entender que no éramos más que patanes. Pero por más deseosos que estuviéramos de que todo lo dicho era mentira; todo era vilmente verdad.

Había sido una semana espeluznante: justo empezabamos a llegar todos de viajes con mil y un anécdotas, tropiezos y encuentros, cuentos de amores y pudores que facilitaban una conversación épica. Yo llegué el domingo después de una semana de playa intensa llena de sol y frío a la misma vez, situación claramente punzo cortante. A partir del lunes el dengue por la juerga nos picó a todos y poco a poco a medida que pasaba el día fuimos acumulando temas de conversación para lanzar a la comitiva.

El lunes nos juntamos alumbrados por unos canutos que nos sometieron a una introspección poco común. Fuimos arrebatados de todo nuestra modestia limeña y poco nos importó que pensaran nuestras tristes madres y es que a duras penas lo contamos y fumamos todo. Para mí fue algo espectacular, todos juntos escuchando alguna canción que nos ponía a gustito, una ronda de amigos: un reencuentro.

El martes, todos pensamos que ya había sido suficiente, por lo menos yo creía que ya nos existía una sola gota de estrés en mi cuerpo. Fue todo lo contrario: aquel día fui a trabajar y luego de cinco horas extensas de dedicación solté la cordura y decidí liar un cigarrillo trucado. Fue tanta mi inocencia e ingenuidad que terminé esa noche con incontable vasos de whisky en mí delante. Y luego aquellos pasaron a ser parte de mí ser. Llegamos de día a casa.

El miércoles fue una imitación del lunes. Fluimos ya más de la cuenta, la relajación se convirtió en un estilo de vida. La gente que nos califica es ignorante al nivel de confraternidad que puedes tener con un fiel fumador. Antes lo he dicho, cuando tenía 16 años y solía fumar cigarros pasaba mucho tiempo con Jacobo en San Isidro. Ahora te digo Jacobin: fueron esas conversaciones las cuales me han enseñado bastante en la vida.

El jueves fue increíblemente pesado. Como no es de costumbre abrí el ojo a las 9:30 am. Tomé un rico desayuno salpicado de huevos fritos con tocino y un jugo recién exprimido que me dejó helado. Dejé que la mañana transcurra como aquel cigarrillo sobre el cenicero. Almorcé en casa y luego al llegar mi madre me dio un sermón de varias horas diciéndome lo irresponsable, inmaduro y borracho que era y que debía rápidamente dejar de juntarme con Nachola y Santiago. Sólo atiné a mirarla con cautela, todo pues era verdad. Antiguamente decía nunca quiero madurar…todavía lo pienso.

Por la noche fui a una comida del trabajo en Villa, pensé que todo saldría tranquilo. Al bajar del carro fui saludado por un enorme cono que no hizo más que embrutecerme por unas horas. Al ritmo de unas cervezas heladitas me reí mucho y al notar que ya eran las doce decidí escaparme prematuramente. Lo normal hubiera sido ir a casa pues Mamá estaba preocupada; pero fue lo opuesto, manejé medio virado hacia el centro financiero. Tomé una ruta poco ortodoxa que me costó varios soles pues fui detenido por una redada de policías delincuenciales. Por fin llegué a la casa del futbolista quien estaba de cumpleaños esa madrugada. Continué bebiendo más de la cuenta. Cuando tocaron las dos Nachola y Santiago me encaminaron al carro y volamos a esa discoteca frente al mar (dicho sea de paso no se ve ni medio mar). Nuevamente fui acosada por mil y un vasos de whisky cuales esta vez si me dejaron un poco más que mal.

El viernes me levanté a las cuatro de la tarde, todo un nuevo record. Pensé que ya había sido todo por aquella semana, ya estaba bien culantro toda la situación. Sin embargo, faltaba. No pasó más de media hora cuando el bendito celular sonó. Nos fuimos a matar palomas y fumar canutos (muchos no fumamos) a la Molina: muy loco. Pero por más que me regalaron bastantes pitadas no probé ni una sola. Ya estaba un poco harto. Luego fuimos a la casa de Milkito quien nos regaló varios vasos de vodka que personalmente me mataron. Ya pensando que toda la semana terminaría rápidamente, salió un plan que traté de asediar. Mis intentos fueron demasiados pusilánimes pues la gente en un segundo armó un motín en contra de todos los desanimados y terminamos tristemente afuera de una fiesta de un amigo, menor que nosotros, del colegio. Tristemente y tal como lo predijimos, algunos no entramos. No porque no tratamos; sino, porque tratamos muy poco.

Fue ahí donde la vi. Recostada sobre la puerta de la entrada. Espectacularmente preciosa: como siempre. Me escapé, pues no estoy preparado para afrontar unos de mis más grandes temores su voz. Por ahora sólo no hago más que recordar:


“Pardonne mes lèvres. Elles trouvent la joie dans les endrois les plus inhabituels
Je suis fou de tes lèvres”


Todavía falta el sábado y el domingo que nunca hay que menospreciar. Me queda decir: disculpas madres pues a pesar de todo somos también, de vez en cuando, algo tranquilos

lunes, 12 de julio de 2010

Hoja en blanco y una panza de burro

Una hoja en blanco se te acerca…se me acerca. Mil y un maneras de abordarla. Es un desafío. No dudo en aceptarlo. Es como aquella mujer que te mira de reojo, te guiña detrás de ese vaso de aquel alcohol dulce. Hay que volcarle el alma a esa hoja desnuda. Hace frío en lima y no titubeo con el exceso de polares, guantes o chullos. Son tiempos helados que osan con cortarte los huesos, son vientos fríos que rozan nuestros oídos.

A veces pienso que debería bajar de peso, comer mejor, dejar el cigarrillo, dejar por un tiempo el trago: vivir una vida sana. Pero saco la cuenta de todos los últimos momentos en los que la he pasado bien; pues, iba siempre ligeramente acompañado de una fría cerveza y un cigarrillo apestoso en mano. ¿Triste? Yo no me la creo. Creo por tanto, que la sonsa sociedad me está metiendo el dedo entre las nalgas debidamente envaselinado. Comencemos entonces a eliminar estos pensamientos autodestructivos y disfrutemos de un hermoso asado un domingo, terminemos digiriendo con un Pisco fuerte, calentémonos con un amargo café, y dirijámonos al trono sin poder terminar de aspirar el pobre pucho, que queda solitario en el cenicero.

Lima se teje sobre esa niebla que la envuelve hermosamente: panza de burro. Las noches se tornan más largas y el sol es cada vez más escaso. Se escucha por doquier una frase a secas: que vaina es este maldito invierno. Pues, pienso hacer de la vaina una aventura.

Me gusta este clima tan maldecido por mis conciudadanos. Las mujeres andan en botas y vestidos largos pronunciando, algunas veces, las perfectas curvas. El frío se convierte en la perfecta coartada para tapar la indomable huata con cual sea trapo. Como dije, el exceso de ropa es esencial durante esta salvaje temporada.

Por más que algunos maldigan la estación en la que estamos tristemente envueltos. Felicitó a algunos de mis amigos por exceder las expectativas propuestas por los demás. No sólo han mostrado que pueden; sino, que lo han hecho a su manera: cantando, fumando, durmiendo, descansando. Se convirtieron en verdaderos incomprendidos que finalmente tuvimos que comprender porque produjeron mejores cosas que nosotros. Cuando ellos tuvieron la hoja en blanco en frente escribieron un ensayo digno de publicación. Entre ellos destaco al grupo Santa María del Mar, que demostró que la música es muchas veces el camino alternativo a la comprensión, y a Jacobin, que a duras penas se nos aleja en septiembre. No le diré que se cuide, ni adiós, ni te voy a extrañar porque todas esas palabras suenan demasiados apocalípticas a los diecinueve años. Más bien: nos vemos en un toque cholo.

Acurrucarse en la cama se vuelve un placer pecaminoso. Los huecos en las medias ya no son un lugar para el desfogue sino una fuga de calor que amenaza con jugarnos una mala pasada. Los cafecitos por la tarde, al igual que un cigarrillo (compañeros entrañables), son un mal indispensable.

El frío es el mejor pretexto para que los besos y los abrazos duren horas sino días. Uno puede sentirse nuevamente de diez excelentes años; me envuelvo en las sabanas de mis viejos, sueño bajo ese infinito edredón. Bajo la cama se aprecia otro mundo. Recibo caricias en la cabeza y en el cuello: vuelvo a ser ese pequeño niño.

Escribir vuelve a ser placentero en estas vacaciones heladas, donde la rutina queda guardada en ese cajón que no volverás a ver en por lo menos cuatro semanas. El frío se vuelve un colmo: duele y consola.

Recordemos que esta época será siempre buen motivo para buscar calor.

martes, 29 de junio de 2010

"Al costado está la bodega de doña Elvira donde pueda comprar un paquete de galletas y una Coca Cola"

La pista es tamizada por tonos ocres que oscilan constantemente sobre los postes sureños. De negro puro esta manchado el cielo que asombra con su vasta infinidad. Respirar esta atmósfera vuelve feliz al más depresivo.

El viejo conduce la vieja camioneta Nissan, solitario, con un cigarrillo entre anular e índice. Esa misma mano apoyada sobre la luna salpicada por puntos de lodo. Es un Lucky Light ya que el rojo sólo deja fumarse hasta que uno tiene cuarenta. Posa su mano áspera sobre aquel felpudo voluminoso que cubre su cara, frota con su mano derecha esos surcos blanquecinos que abundan sobres su papada. Tiene la nariz de un pez espada, larga y jocosa: preparada para un justo combate.

En la radio suena una vieja canción de Cat Stevens, que amenaza con endulzar hasta el oído de un sordo:

“estoy siendo seguido por la sombra de una luna,
luna sombra,
sombra de luna”

¡Jaja! Me río mientras relato pues, al viejo le encantan esas mariconadas. ¿Y qué? A mi también.

Sonríe mientras maneja por la infinita Panamericana Sur. Atraviesa valles fértiles que antaño fueron expropiados por el General Juan Velasco Alvarado, hectáreas de uva, algodón y palta a diestra y siniestra: “¡malditos sean los Velasquistas!”.

Su estomago reposa sobre ese timón envejecido y cuarteado debido al contacto con sus manos. Aspira bocanadas de humo que escapan rápidamente por las ventanas. Cruza Cañete, Chincha y Pisco. La noche empieza a helar y el desierto empieza exhalar el calor acumulado en el día hacia la amplia noche. Amarra bien sobre su pecho la casaca azul de camionero. Su intestino se retuerce, provoca retortijones: siente hambre. Es tarde debe parar por un café y algo de comer. Ica está a 23 km. Opta por el cafetín de chóferes plantado sobre la autopista, es primera vez que va y sueña con un café que le sepa a oro caliente, rubio y diluido.

Continúa…a lo lejos divisa entre suspiros de humo una luz que lo tienta, invita y acoge. El cafetín lo ahueyta. Disminuye la velocidad, bota la colilla y gira en dirección al mar, hacia donde el sol se pone. Levanta el freno de mano, apaga el carro, baja y estira las piernas. Duda en ponerle seguro a la puerta.

Al cruzar el umbral de Don Rafo una mujer morena le sonríe apoyando sus manos en el mostrador, “desea algo caliente para beber”, le musita la mujer de manos anchas.

Pide un café pero recuerda su estómago vigoroso y a cuatro pasos largos ve unos sándwiches de aceituna que le llaman la atención desde una vitrina rajada. Se le hace agua la boca al pensar en los jugos violáceos de ese pan deshaciéndose entre lengua y muelas.

“Me daría un pan con aceituna”, dice. La negra se lo entrega, previo intercambio de 3 soles y el viejo, peje barbudo, sonríe. Se sienta a un lado del cafetín y bebe el café tranquilo, echándole dos cucharadas de azúcar, desenvainando su nariz para olfatear eso olores de amargo canela, y mirando de reojo a la negra cuyo color guarda semejanza con el café. Después de unos breves sorbos se empieza a calentar. Se retira la ancha casaca, mira por el umbral su camioneta. Sus ojos seguros la cuidan.

Con gran hidalguía muerde el pan, hay gallardía en esa mandíbula.

Pero termina encontrándose con la no grata sorpresa de una docena de pepas que amenazan con romperle los colmillos. Se acerca a la mulata, que lo ve doliente. El hombre le exige una explicación. La morena lo mira sorprendida, “es que así los hacemos aquí señor”

Furioso y apunto de gritarle el alma a la pobre mujer, abre la boca a punto de soltar un grosería…pero piensa y le dice, “Le prometo Sra. que si le quitara las pepas a esta divina fruta, se ganaría el premio del mejor pan con aceituna de todo el litoral sur”.

La negra lo mira. Al principio está atónita, trastornada y luego sonríe. “Le voy a decir mi esposo”.



Vuelve a ser de noche. Han pasado diez días. De nuevo se encuentra dominado por el espacio negro que le regala la noche sureña. Su estómago, como siempre, ya le esta jugando malas pasadas. Divisa el cafetín. Cruza el umbral. Ya no está la negra, sino Don Rafo. Pide lo mismo de siempre. Tiene esperanza. Muerde. Diente y diente se encuentran con pequeñas rocas. Baja la cabeza y maldice.

Se acerca donde Don Rafo. Le tiene miedo a esa panza, que sugiere una vida bien vivida, y a sus ojos, que punzan inyectados de Pisco. El hombre se arma de valor y le dice en medio de la noche y bajo la luna que entra por las ventanas y con los demás hombres ahí congregados, “Sr. Rafo le prometo que si le quitara las pepas a su pan con aceituna usted tendría la alegría de vender el mejor pan del sur.

Don Rafo, recostado sobre la barra fija, ríe, sus ojos en los del hombre. Luego dice con voz trastocada por el alcohol, “escúcheme bien joven hace 35 años que servimos pan con aceituna y pepas. Si no le gusta al costado está la bodega de doña Elvira donde pueda comprar un paquete de galletas y una Coca Cola”.

Desvencijado cruza por última vez el umbral.

De nuevo está incorporado en el asiento del conductor. Mira como las luces pasan. Como diminutos especimenes por las ventanas de la camioneta, que se pierden en el pasado.

El viejo hombre, mi padre, se musita, “de ahí los escritores como Vargas Llosa tiene la concha de preguntar en que momento se jodió el Perú”.

domingo, 25 de abril de 2010

El destino y la suerte...

He estado ausente del mundo literario por un mes y unos días. La juerga y el estudio se han vuelto uno. Suena estúpido pero he encontrado un balance entre un buen trago y una práctica calificada de dos horas. Las lecturas y el cáñamo son, en este momento, factores indispensables en el paso por la Lima; por más inmaduro que le suene al receptor.

Pronto retomaré mis actividades literarias continuando la segunda parte de “El fin de semana de Santiago” y explorando nuevas escenarios con mi fiel amigo Santiago. Aparte tengo en mente escribir una obra literaria en este año junto con Claudia Paredes; ella será un elemento indispensable en mi redacción ya que añadirá aquella tecnicidad y estructura a mis palabras: elementos que por siempre han faltado. Escribiré lo que siempre he escrito, fiel a mi éstilo, plasmando mis vivencias con la fantasía, uniendo ficción y vida.

La obra tiene como nombre por ahora S.S.H.H. (Servicios Higiénicos). Cuenta la historia de tres parejas individuales, llevando vidas paralelas y como el destino y la suerte terminan por juntarlos.

El destino parece ser algo recurrente en mi prosa últimamente. Había obviado este detalle y simplemente escribía; más el tema no saltaba tan claro a la luz como lo ha hecho en los últimos días. Al darme cuenta de este tema tan real en mis palabras encuentro la necesidad, es menester en prosa Quijotesca, difundir el destino en textos alternativos y por ello, S.S.H.H.

Creo, por cierto, que la razón de esta palabra recurrente es la falsa idea mundial de que "los años siguen pasando trsitemente". Creo que esa concepción apocalíptica del pasar de los años, de un mundo aburrido, es quizás la causa de millones de depresiones en el mundo. Esto lo sé porque he sido así por mucho tiempo. Uno piensa que está malgastando el tiempo, la presión de esta ciudad termina por agobiarte, sientes que los demás cumplen con sus metas y tú vas quedando como el rezagado.El aburrimiento es simplemente no estar al tanto del contexto, es no observar la belleza de la naturaleza por la que uno está englobado.

Eliminar aquellos pensamientos, es un proceso, involucra dolor pero es posible. Tu deber es conocer la realidad, es abrir esa puerta y poder mirar la luz, salir de aquella caverna Platónica es el máximo deber humano. Conocerte a ti mismo y el entorno es el camino a la felicidad.

Los años no pasan sin dejar huella, cada minuto y segundo engloban sentimientos, engloban la vida. Despréndanse del qué dirán y encontrará la caja de Pandora que por años han buscado.

Suerte…